Ya hace días (semanas más bien) que pasó la Semana Santa,
pero no podía dejar de escribir un post sobre ella, ya que ha sido muy especial
para mi. Y es que parecía que no iba a llegar nunca esta Semana Santa. Desde
que me apunté a la Cofradía de la Esperanza, esperaba el Jueves Santo con las
ganas con las que un niño espera la noche de Reyes o la de Papá Noel. Pero
había algo que me inquietaba y durante una semana antes no paraba de mirar las
predicciones meteorológicas para ver si la lluvia nos iba a respetar ese día. Y
los ánimos iban cayendo, a medida que iba viendo que el porcentaje de
probabilidades de lluvia iba aumentando.
Y así llegó el Jueves Santo, el
madrugón para vestirse y la llegada al Convento de las Dominicas Dueñas de Cabañales,
lugar de partida de la procesión. El cielo estaba cubierto de nubes, pero la
lluvia no caía y eso nos animaba, y aunque se empezaban a oír rumores de
suspensión, teníamos la ilusión de que solo fueran eso, rumores. Cuando los
varas nos indicaban que nos fuéramos colocando, bueno, ya fue un consuelo, eso
quería decir que la Procesión salía, aunque si que se hablaba que con un
recorrido acortado, vamos, que en al llegar a la Plaza Mayor, en lugar de girar
y enfilar la calle camino a la Catedral, nada más llegaríamos hasta el Museo de
Semana Santa.
Pero bueno, yo allí estaba, en el
lado derecho de calle, en fila, con el caperuz colocado y la vara en la mano
esperando a que empezara a andar mi primera Procesión de la Esperanza. Y
echamos a andar, todo recto, con la gente colocada a ambos lados de la calzada,
bajo el oscuro de las nubes que poco a poco iban alejándose, y escuchando los
sones de la banda de música Nacor Blanco de Zamora.
Hubo muchos momentos especiales
en la procesión, pero hubo dos muy emocionantes. El primero fue la subida de la
calle Balborraz, al ladito de la Virgen casi todo el rato, escuchando las notas
de la Saeta tocada por la banda, observando como a mucha gente, al ver pasar la
Virgen se les humedecían los ojos, era muy emocionante. Pero el mejor momento
de la mañana para mí, fue sin duda el llegar a la Plaza Mayor y ver en primera
fila a mi familia que había ido a ver la procesión. Pensé que no me iban a
conocer, que solo lo harían cuando estirara la mano para darle unos caramelos,
pero no. Cuando estaba a dos metros de ellos, mi padre miró para mi y dijo, “es
ese”. Y eso que solo se me veían los ojos, pero debe ser que un padre te conoce
aunque vayas tapado hasta arriba.
Poco después llegamos al Museo de
Semana Santa, donde con el canto de la Salve terminó la procesión. Una pena no
haber podido hacer la procesión completa, y oír la Salve a la puerta de la
Catedral, pero otro año será, si el tiempo lo permite.
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